jueves, 6 de enero de 2011

Homenaje a Claudio Obregón / Abraham Osceransky


Me encontré con él, en la Compañía Nacional de Teatro, después de años de no verlo, más de 20. Estaba sentado en el recibidor de la oficina de Luis de Tavira, parecía más delgado que antes pero su sonrisa fuerte y sus ojos penetrantes me recordaron a la imagen que yo tenía de él.

Cruzamos las palabras de bienvenida y de re-encuentro, ya que en el pasado ocasionalmente sólo habíamos intercambiado algún saludo amable o una felicitación mútua, nada más.

Esta vez Claudio me había propuesto para dirigirlo en una obra que él había seleccionado y de la cual traducía del inglés al español y que la Compañía Nacional pondría en mis manos para llevarla a escena y le dije: “Maestro, yo voy a dirigirlo por donde usted quiera ir, tenga confianza que la obra y lo que haga con ella serán para usted y para mi una aventura que nos dará gusto y nos vamos a divertir” Entonces su cara detrás de la sonrisa amplia y potente se tornó en una expresión fuerte, sus ojos me penertraron hasta el corazón y contestó: “Yo no juego” y le dije: ¿Aunque se trate de una partida?

Entonces él se sentó frente a mi, se puso sus lentes y me entregó su traducción al español de “Final de Partida” “Aún no la termino” –dijo, y ahí estaba el actor: impenetrable, duro, fuerte, obstinado y pensé  “Qué maravilla, me dice que no va a jugar y ya empezo a hacerlo”

Durante el periodo de ensayos se mantuvo en su sitio, sólo aceptaba aquello en lo que él creía, en lo que ya había meditado bastante, en lo que ya había estudiado a profundidad.

Claudio Obregón fue difícil de convencer, pero lo que él hacía era maravilloso, sus matices increíbles y su tenacidad asombrosa. Trabajaba más que nadie a pesar de su edad y de su estado físico. Él me asumió como su Clov y yo lo asumí como mi Hamm.

Escuchaba mis propuestas, aparentando no tomarme en cuenta, pero finalmente llevándolas a cabo, ese era su juego, el que en verdad le divertía. Él sabía que lo admiraba por ser un gran actor. Y detrás de su dureza, de su enorme tamaño, encontré un corazón de actor que comprendió que nuestro trabajo mutuo era correcto.

La obra pudo corren en tan sólo dos semanas de ensayo, al menos casi toda y entonces, empecé a verlo gozar.

Gozaba rezongando, criticando, tanto como personaje, tanto como actor; yo no sabía cuál era la diferencia. Acepté su magia, unir su mundo personal con su talento y fantasía y me produjo mucha satisfacción, logramos jugar dentro y fuera de escena, sin discutir nunca de teatro, él cumplió su cometido y yo el mío.

Él llenó de aplausos todos los rincones del teatro y de admiración por su talento.

Jugar con un maestro como Claudio, duro, astuto, crítico, irreverente, obstinado, solvente, puntual, descarado e incomparable artista, ha sido un juego de gran satisfacción y de inmenso reconocimiento a su vida llena de talento.

Sea éste verdadero ejemplo de una gran final de partida.

Abraham Oceransky

Palabras leídas durante el Homenaje a Claudio Obregón en la Compañía Nacional de Teatro 16 de Noviembre 2010.

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