lunes, 17 de enero de 2011

Homenaje a Claudio Obregón / Julieta Egurrola



Claudio Obregón en un disco precolombino en el Museo Dolores Olmedo


Buenas noches. Yo quiero leer un texto que se publicó en Paso de Gato en el ejemplar de octubre a diciembre de 2004, cuando se hizo el perfil de Claudio Obregón para Paso de Gato. Quiero decir que en ese momento había trabajado con él solamente en Copenhague, después vendría El rey Lear y después vendría estar aquí en la Compañía Nacional de Teatro. Esa parte ya la sabemos la mayoría. Quiero decirles esta parte que para mí significó Claudio Obregón. “En los años 70, antes de cumplir los 18 años de edad, cuando no había entrado al CUT, ni sabía que sería actriz, aunque ya lo intuía, empecé a ver teatro, entonces me topé con dos obras que, con el paso de los años, he descubierto que me marcaron. Se trata de La danza del urogallo múltiple de Luisa Josefina Hernández, dirigida por Héctor Mendoza y Viejos Tiempos de Harold Pinter, que puso Manuel Montoro. La danza del urogallo múltiple se apoyaba en la técnica de trance de Grotowski, es decir, en la exacerbación de los sentidos. Viejos Tiempos, por el contrario, era un teatro contenido, lleno de sutilezas sicológicas. En Viejos Tiempos estaban Claudio Obregón, Mabel Marín y Ana Ofelia Murguía, actores que han sido muy importantes para mí. Los he admirado desde entonces. Con Mabel estuve en Tío Vania, en el 78, bajo la dirección de Ludwik Margules. Con Ana Ofelia todavía no se me hace trabajar (y sigue pendiente, sigue pendiente, estuvimos en Ser es ser visto pero no en la misma escena). Con Claudio no fue sino hasta Copenhague que pudimos compartir el escenario. De La danza del urogallo múltiple y Viejos tiempos guardo como tesoro, mucho más allá de la anécdota, que lo cierto es que no la recuerdo, lo que me hicieron sentir. Eso no lo puedo olvidar. Es lo maravilloso del teatro. Ambas obras me inquietaron mucho, me hicieron llorar. Fue en ellas, con lo distintas que eran una de la otra, que aprecié muy claramente que la actuación puede ser un gozo, un mundo enorme para descubrir, una riqueza que no se agota nunca.

En La danza del urogallo múltiple destacaba el trabajo corporal, el grito, la intensidad, esa extrema exaltación. En Viejos Tiempos era notable otra forma de intensidad, la contenida, aquella que puede haber en los silencios, las pausas. Me impresionó la elocuencia que pueden tener tres actores sentados en un sillón, sin moverse casi, apoyados apenas en unas cuantas palabras. Ambas obras estaban hechas con enorme pasión, ambas me conmovieron. Desde entonces he visto el trabajo de Claudio, Mabel, Ana Ofelia en el cine, el teatro y he aprendido mucho de ellos. Con el tiempo he descubierto que Claudio, además de ser un gran actor (yo puse aquí formal, y bueno, en EL rey Lear tuvimos amplia discusión al respecto. Él me llamó a su camerino y me dijo “¿Formal, yo?”. Lo dejo en gran actor y ya discutimos al respecto). Es un hombre de izquierda. Con él estuve a punto de trabajar en el mismo Tío Vania. Lo llamó Margules. Asistió a algunos ensayos. Pero no se pusieron de acuerdo. Tenía yo dos años de haber salido del CUT. Desde las primeras lecturas me di cuenta de que un actor podía decirle que no a un director, podía decirle que no a Margules. Claudio no se quedó con el papel y no trabajé con él en esa ocasión. Me impresionó mucho en Contradanza, en el papel de la Reina Isabel. Fue hasta 2001 que Mario Espinosa nos acaba juntando en Copenhague. Ahí pude constatar en el trabajo cotidiano, que Claudio es un actor con una formación muy sólida, que es un hombre muy inteligente, comprometido, obstinado. El teatro es muy importante para él, se entrega con todo rigor, con toda disciplina. Gracias a su lucidez pude comprender las teorías de Werner Heisenberg y de Niels Bohr. Fue muy gozoso trabajar con él. (Con Luis Miguel Lombana, que está aquí acompañándonos) Es un compañero respetuoso, con un ácido, corrosivo, y a la vez fino sentido del humor. Aunque nuestra formación sea diferente y pertenezcamos a generaciones diversas, a los dos nos une la pasión por el teatro y la importancia que damos a la ética, no sólo en el trabajo, sino en todos los aspectos de nuestras vidas.

Ahora que ambos formamos parte de la mesa directiva de la Academia Mexicana de Arte Teatral, he podido admirar otros aspectos de su personalidad. Aunque no siempre estamos de acuerdo. Es un actor y un hombre que todos respetamos. Con él ahora, durante las sesiones en la Academia, he fortalecido mi convicción en la necesidad de que la comunidad teatral debe estar unida en la defensa de ejercer nuestro trabajo con calidad, una necesidad urgente, porque nuestro quehacer en el escenario está amenazado por los constantes recortes presupuestales, por los titubeos del gobierno en asumir su obligación de impulsar las artes, por nuestra propia apatía. Somos los mismos actores los que hemos cedido, los que permitimos las difíciles condiciones en las que ejercemos nuestro oficio. (Eso fue en 2004 pero sigo pensando lo mismo. Hay sus variantes, pero de todos modos...) Trabajar con Claudio es un privilegio. Quisiera volver a estar con él sobre el escenario en una reposición de Copenhague (Que quedó pendiente y se lo dije a Mario, ¿cuántos años lo dije? “volvamos con Copenhague”) y en nuevas puestas en escena (Se me hizo volver a trabajar con José Caballero, en otra etapa de la Compañía, cuando hicimos EL rey Lear, yo era una de las hijas, la mayor. Y aquí, cuando Luis de Tavira conformó la Compañía, el primer actor en el que se pensó para formar parte, ser actor de número, emérito, fue Claudio Obregón. Sin duda alguna. Y sin quitarle mérito a los otros, pero siempre era Claudio quien estaba al frente. Claudio estamos aquí, en este escenario, en este escenario que te vio partir en este último, en este final de juego, en este Endgame, que para todos llegará el momento en que haremos esta partida. Todo mi cariño y no tengo nada más que decir. Gracias.

 

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