miércoles, 11 de enero de 2012

El Payaso Equilibrista





Corría sin mostrar su rostro, dobló en una esquina y fue sorprendido por tres furiosos perros que salieron detrás de él, saltó un alambrado y siguió corriendo… ¡Corte, se queda! Gritó el director… sediento, medio acalambrado, el extra saludó a la distancia al director y se alistó para retirarse de la filmación.

El extra era un tipo raro, hablaba poco y no se le conocían amigos, aceptaba todos los doblajes peligrosos, había nadado con tiburones blancos, se lanzó desde un helicóptero en pleno vuelo para caer en las copas de unos árboles, se metió a un edificio en llamas a punto de derrumbarse, en fin, un hombre rudo y eficaz, su trabajo quedaba registrado a la primera toma, nunca sonría y jamás se le vio enojarse.

Se le podía localizar únicamente por celular y todos ignoraban que vivía en un cuarto de azotea. Su pasión eran los tendederos, de niño subía en ellos y caminaba por los tubos desafiando al viento y a los 15 metros que lo separaban del suelo. Se sentía seguro de sí mismo, además, había sellado un pacto con los tubos del tendedero para que en caso de que el viento se lo quisiera llevar, ellos lo sostuvieran. Desde entonces procuraba utilizar zapatos sin agujetas y ese pacto lo extendió después con el vacío para que el fuego no lo quemara y con el instinto para que los animales más feroces entendieran que no era su comida.

Un día se levantó, abrió la ventana y vio que el tendedero de enfrente a su cuarto estaba roto, la mitad colgaba en el vacío, observó su entorno y se percató que no había viento, no quiso seguir indagando, la señal era clara, ese día no debía ir a trabajar.

El extra sabía escuchar las señales del destino y ese tarde, durante la filmación, hubo un terrible accidente entre un autobús y un motociclista quien salió volando 20 metros por el aire, el extra estaba contratado para conducir esa motocicleta. Se cambió de domicilio, dejó de responder al teléfono y todas las tardes reflexionaba sobre las señales del destino. De pronto se enlistó en un Circo, inició como malabarista pero se vio tentado en subir al trapecio y a la cuerda floja, estaba un poco pesado para integrarse al resto de trapecistas así que una niña le sugirió que se vistiera de payaso equilibrista, le hizo caso y fue un éxito total, pronto se volvió en la atracción principal del Circo.

En una gira por Cancún, amanecía, y al salir de su camper se encontró con que todos los cables de las carpas del Circo habían sido desamarrados o rotos, la carpa principal estaba hundida pero nadie recordaba que hubiera habido un aire fuerte por la noche; el extra tomó su mochila y se fue caminando hacia la playa, súbitamente se nubló y empezó a llover de manera torrencial, por la mente del extra se escuchaba un “solo” de saxofón con percusiones precolombinas. En medio de la lluvia, el payaso equilibrista entendió a plenitud el sentido de su libertad y fue acompañado por el poder del desapego; por las noches intentaba escuchar al silencio que habita entre dos olas, en ocasiones, el espectro de un niño que recogía caracoles le recordaba que la magia se logra con el pensamiento vuelto conciencia, entonces respiraba a bocanadas el aire marino y guardaba silencio en espera del próximo desafío…














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