sábado, 9 de marzo de 2013

Más Acá del Bien y del Mal





En los orígenes del Sistema Planetario Solar, la órbita de la Tierra coincidió con la trayectoria de innumerables meteoritos y algunos cometas que esculpieron su superficie. En una ocasión, hace millones de años, un enorme cometa golpeó a la Tierra y casi la hace desaparecer del concierto planetario. De la basura cósmica que quedó atrapada en la órbita terrestre, se formó la Luna. Resulta fascinante que después de millones de años de girar en torno a nuestro planeta, actualmente su movimiento de traslación es exactamente igual al de su rotación y por ello, nos ofrece siempre el mismo rostro.



La vida en la Tierra inició aproximadamente hace 3 800 millones de años y ha sufrido al menos 20 extinciones masivas, 5 de ellas muy severas. Los animales humanos conscientes somos el resultado de un azaroso proceso evolutivo que tuvo una duración de 7 millones de años, en el último minuto de nuestra evolución, se hizo presente la conciencia y nuestros ancestros ritualizaron los eventos celestes.



La Luna y nuestra estrella dieron forma y sentido al biorritmo de la vida terrestre; los seres humanos observaron la trayectoria de estos astros en la bóveda celeste y concibieron una expresión de claridad solar, en tanto que la noche y la luz lunar daban cabida a los temores. Durante 35 000 años la Luna dirigió el criterio místico de la humanidad, su ciclo se interpretó como una expresión de la vida y la muerte: crece de manera ritual hasta iluminar de azul las noches y paulatinamente decrece para luego desaparecer.

En aquellos soles en los que se veneraba a la Luna, quienes nos precedieron vivieron en un régimen de matriarcado. Hace 8 000 años nuestros ancestros dieron el salto a la agricultura y a la plusvalía, entonces los criterios se tornaron solares y machistas pero en el inconsciente colectivo quedó presente la bipolaridad y la influencia de la Luna siguió determinando los periodos de siembra y cosecha.

Venus, diosa paleolítica relacionada con la fertilidad y los ciclos lunares


Las creencias religiosas se posesionan de espíritu de los seres humanos y aunque parezcan ilógicas o incoherentes, en nuestro cotidiano existe un acuerdo implícito que las exime de todo cuestionamiento: son verbo y verdad a pesar de que el raciocinio, el frenesí o la astrofísica... demuestren lo contrario. A los griegos les pasaba lo mismo: contaron con grandes filósofos y matemáticos pero sus creencias religiosas eran completamente disparatadas; sin embargo, gracias a ellas pudieron subsistir bajo el dominio romano y, curiosamente, el Imperio Romano inició su decadencia cuando sus habitantes perdieron interés en sus dioses.

En tiempos antiguos, los hebreos tuvieron un difícil tránsito por las culturas egipcia y mesopotámica; recuperaron tradiciones de diversas culturas y las incorporaron a sus creencias. El maniqueísmo influyó en el concepto moral del bien y del mal que encontramos omnipresente a partir del primer libro del Viejo Testamento, pero fueron los Padres de la Iglesia quienes lo sublimaron al dejar fluir con prosa poética sus prejuicios y sus arrepentimientos, dejándonos como herencia la espeluznante doctrina de la culpa y el pecado.



                                                      Espejos



De pronto y a la distancia, resulta interesante considerar al concepto del bien y del mal como un atávico espectáculo circense al cual uno puede asistir como espectador o actuar en él como payaso, fiera, trapecista o domador.

Somos un suspiro evolutivo que adquirió conciencia. La percepción de dualidad es un evento terrestre, otras serían las creencias religiosas y los biorritmos si la Luna no se hubiera formado: Nuestra especie cuenta con la capacidad de sorprenderse científicamente o dar un sentido religioso al devenir que nos han procurado el movimiento y los azares cósmicos.


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