domingo, 14 de diciembre de 2014

El Origen de la Familia, la Emoción Privada y el Mercado


El Quiebre

Durante milenios, los seres humanos fuimos cazadores y necesitamos de “los otros” para sobrevivir. Con la agricultura decidimos agrupamos en comunidades constituidas por familias que a su vez crearon linajes y conocimientos. Heredamos de nuestros abuelos su material genético y nuestro inconsciente colectivo reproduce sus comportamientos, sus codificaciones sociales así como una estructura familiar que durante miles de años se conservó sin grandes alteraciones hasta que ataviados de lo imposible y de lo sagrado (Peace and Love) llegaron los psicodélicos años 60’s y la familia se transfiguró.

En el arco de 50 años, las sociedades que siguen o aspiran al patrón de desarrollo occidental, han experimentado un salto cuántico en su organización económica y social así como en sus medios de producción. La Economía de Mercado ha transformado a las sociedades agrícolas, rituales y comunitarias en sociedades de servicios, de consumo e individualistas. 

Nuestro tiempo está atrancado: precisamos del otro para existir pero lo hacemos en beneficio personal y no en función de la sobrevivencia del grupo. Producimos en exceso,  provocamos el consumo a ultranza, generamos desperdicio, entropía y contaminación. Nuestro desarrollo no es tal, más bien experimentamos un absurdo desgaste de nuestros recursos para generar excedentes y plusvalía en el marco de la producción por sí misma y no orientada a satisfacer las necesidades humanas. La producción industrial atenta contra nuestra sobrevivencia, pero los discursos y las inversiones sedientas de rentabilidad simulan que construimos un exitoso progreso. Nuestras acciones desean generar riqueza pero en realidad provocamos escasez

Pareciera que lo correcto es producir más, mejor, menos caro, a cualquier costo ecológico y con mayor velocidad pero a contados pensadores o estadistas se les ha ocurrido observar que el progreso no es sinónimo de avasallamiento de los ecosistemas y de la felicidad de los seres humanos que aspiran careciendo y viven condenados a producir bienes, servicios pero sobre todo, plusvalía.

Psicológicamente acorralados por el consumo, la economía de mercado nos refiere trabajar para consumir como único estilo de vida, nos obliga a desear y a adquirir el nuevo modelo con mayor conectividad, flexible y a 12 meses sin intereses; es así como empezamos desechando viejos instrumentos y continuamos con las personas. Nos sucede lo contrario de lo que experimentaban los mayas históricos quienes imbuían de vida a sus objetos y se convertían en sujetos, en tanto que nosotros, hemos dado calidad de objetos a los individuos.

Mande usted…

Paulatinamente desaparece el formato tradicional de la familia y en sociedades construidas por migrantes como la cancunense, cohabitan familias en descomposición y surgen nuevos formatos familiares en los que los roommates se vuelven hermanos y la diversidad cultural produce encuentros amorosos que trascienden a los géneros y al formato tradicional de la pareja.

Ya sea en una familia en descomposición o en núcleos familiares de nuevo formato, lo cierto es que la tendencia hacia la individualidad produce estadios de insatisfacción, incómoda soledad y desorientación en glorietas sin ecos… los códigos de la sociedad están mutando: el respeto a los mayores es ignorado por la irreverencia juvenil, la experiencia es suplantada por la avidez y la ignorancia; el camino fácil, sin ética y económico, es procurado junto a la displicencia.

Se ha perdido el respeto a quienes recorrieron primero el camino, en consecuencia, ignoramos su experiencia, nos desviamos por las brechas, nos alejamos del colectivo para que posicionados desde nuestra individualidad, entablemos relaciones comerciales. Valores y principios tan sustanciales como el amor, la amistad, el respeto o la creación, se miden con unidades monetarias… “el otro” es un consumidor antes que un individuo en equidad que junto a nosotros procura una plena existencia.

El Caos

Las emociones se han privatizado, el dolor, el miedo y la violencia son excelentes negocios. Las aspiraciones existenciales contemporáneas nos conducen hacia la posesión y al financiamiento de nuestra felicidad con las tarjetas de crédito.

La Palabra simula, vacilamos adquiriendo necesidades innecesarias y terminamos rodeados de objetos y valores desechables que contaminan los océanos y vacían nuestras cuentas bancarias al final de cada año para estoicamente iniciar el siguiente con una estrepitosa inflación.

Una caótica realidad que descrita con crudeza pareciera una loza encima de nuestro destino existencial, pero… esa realidad no lo es todo, acaso uno de nuestros reflejos en un espejo cóncavo, lo cierto es que la existencia se refleja en más de un espejo.

Espejo en la salida

Justamente, diferenciar los reflejos de nuestra realidad, discernir entre lo que aparenta ser y lo que es, así como observar con desapego las ofertas del consumo irreflexivo, son decisiones que nos permiten mirarnos en todos los espejos sin dejar de ser nosotros mismos. Se trata de desmantelar el juego para jugar sabiendo que nos hacen trampa.

Los procesos evolutivos desconocen la reversa, en dos generaciones habrá desaparecido el formato de familia como lo conocimos durante miles de años. Asistimos a una transición histórica en la que el núcleo de la sociedad ha dejado de ser la familia para que el individuo ocupe ese espacio. Ahora el sujeto es visto como objeto por una sociedad de consumo irreflexivo que dirige su criterio premiando su compulsión a la compra. La publicidad nos tienta a firmar compromisos para que nuestra vida productiva y nuestra atención mental estén orientadas a pagar los intereses de lo innecesario o de los objetos manufacturados para no durar.

En el origen fue la familia, la propiedad comunal, el clan…  la percepción de nuestra realidad se distanció de la realidad natural, entonces la familia y sus códigos crearon un desarrollo orientado al bienestar del colectivo, surgieron los clanes y las sociedades tributarias así como la estratificación social y la jerarquía por capacidades o designios divinos. La República apareció para desvincular al cielo con el trono y lo hizo con violencia, luego el poder se fracturó y recompuso, las organizaciones han intentado colectivizar al Poder pero siempre reciben palizas, infiltraciones y fracturas.

La descomposición familiar actual se refleja en la descomposición social, en consecuencia, los intereses del colectivo son suplantados por los del individuo y ahí inician nuestros desvaríos contemporáneos que denotan carencia de solidaridad, congruencia, civismo y sentido de pertenencia.


El consumo irreflexivo no puede ser el talante de nuestra existencia porque es insaciable, desconoce los secretos del vacío y la fantasía de la abstracción, es ciego delante a la evidencia y termina por dirigirse contra nosotros.

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